Va graffiti de la calle a los museos

Tras originarse como un desafío a la autoridad, el graffiti ganó reconocimiento artístico

Auxilio Alcántar

Ciudad de México (27 septiembre 2009).- "Operan en grupos de tres a seis personas, medio socioeconómico precario, edad entre 13 y 16 años; trabajan entre cuatro y dos de la mañana, usan marcadores y latas de aerosol, sexo masculino, raza negra y puertorriqueña, riesgo grande: dos hermanos electrocutados.

"Sugerencia: constitución de fichero judicial y arresto por vandalismo. Recomendación: intensificar el patrulleo y la campaña de limpieza"...
Ese era un reporte original de la Policía de Nueva York, en 1973, alertando sobre los creadores de graffiti como un riesgo para la comunidad. Hoy presente en cualquier ciudad del mundo, esta manifestación callejera nació en Estados Unidos décadas atrás; considerado únicamente como "ilegal" o "marginal", el graffiti tuvo que recorrer un largo camino hasta lograr integrarse en el paisaje cultural y, en algunos casos, ser considerado arte.

Incluso, la Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo presenta actualmente una muestra retrospectiva del graffiti. Perplejos quedan los paseantes al ver intervenido el moderno edificio, diseñado por el célebre arquitecto Jean Nouvel.

En el muro exterior, en instalaciones temporales, graffiteros de diversas nacionalidades pintan frente al público.

En el interior, el inmueble luce tapizado de diseños, dibujos y centenares de tags. Nada escapa al internacional "arte nacido en la calle": pasillos, baños y hasta el jardín exponen la trayectoria del graffiti.

El tema fue abordado en tres tiempos: en el hall, las obras contemporáneas; abajo, una sala cinematográfica donde se proyectan videos y documentales, y, en el sótano, la exposición retrospectiva del fenómeno pictórico.

Fotografías, música, luces y ejemplos de graffiti muestran el ambiente de la época y el desarrollo de esa "cultura" que englobó pintura urbana, break dance, rap y hip hop. Los objetos narran el largo camino recorrido por el graffiti hasta llegar a instalarse en la cultura, las artes plásticas, el diseño o la publicidad.

La exposición da cuenta de los diferentes estilos, técnicas, ideas y corrientes. Además, presenta a las grandes figuras del movimiento (P.H.A.S.E. 2, Part One, Seen), así como a las que contribuyeron a su auge y reconocimiento en el mundo del arte.

Desafío a la autoridad

El graffiti apareció en varias ciudades de Estados Unidos, pero su verdadero surgimiento fue en Nueva York a finales de los 60. La ciudad estaba al borde de la quiebra y había poca actividad. Adolescentes, jóvenes alrededor de los 15 años, provenientes de barrios obreros y principalmente de la comunidad hispana y afroamericana, comenzaron a escribir su nombre en los muros y autobuses, primero con marcadores y luego con aerosol.

A partir de 1971, los chicos comenzaron a pintar también en el Metro, primero dentro de los vagones y luego en el exterior.

El objetivo era lograr mayor visibilidad ante los usuarios, pero sobre todo que los colegas vieran su creación, una suerte de competencia juvenil. A fin de distinguirse los unos de los otros, fueron elaborando caligrafías cada vez más originales.

El simple tag —un seudónimo, muchas veces acompañado del número de la calle donde vivían los autores: Julio 204, Taki 183, Joe 182— se dotó de curvas, delineación de letras (outline) y, como condimento, puntos, estrellitas o flechas. Y, a pesar de los inconvenientes, el tag tiene cada vez más adeptos.

Poco a poco aparecieron pinturas al fresco llamadas masterpieces, donde se fusionaban estilos y colores, mezclados muchas veces con personajes inspirados en dibujos animados. El tamaño del graffiti fue en aumento hasta cubrir completamente lo largo y ancho del vagón. Los primeros whole-cars aparecieron en 1974.

La prensa de la época nos sumerge en la calles de Brooklyn y del Bronx, en la admiración de algunos por esta actividad y en la visión de ciertos diarios que consideraban delincuentes a los graffiteros. La persecución policial era real y 80 policías adicionales fueron reclutados en Nueva York para combatir "el problema". A pesar de ello, el graffiti se expandió y paulatinamente se vieron obras más elaboradas. Había toda una búsqueda de singularidad en el trazo, la forma y los motivos.
Explosión artística

A finales de los años 70 y la década de los 80, el mundo del arte empezó a interesarse por el graffiti. Varias galerías se consagraron al trabajo de los graffiteros; la Fashion Moda, situada en el Bronx, fue una de las primeras; le siguió la Fun Gallery, que expuso las obras de Lee, Dondi, Fab Five, Freddy, Fortuna, Lady Pink y Crash. Este hecho hizo que el graffiti se implantara de lleno en el paisaje cultural neoyorquino, y con fuerza contribuyera a su difusión, dentro y fuera del país.

Motivados por este reconocimiento, varios jóvenes empezaron a trabajar en talleres privados, a experimentar nuevas técnicas y a usar soportes diferentes. Galerías e instituciones europeas se interesaron rápidamente por la nueva creación. Desde París, Londres o Amsterdam les invitaban a exponer su trabajo.

Atraídos por la energía y vitalidad del movimiento, artistas de otras disciplinas y formados en grandes escuelas se adhieren al "arte callejero", como Keith Haring, quien cambia la serigrafía por dibujos animados, pinta historietas con gis blanco sobre paneles de fondo negro reservados exclusivamente para la publicidad del Metro. La iconografía de Haring es una mezcla de elementos sexuales con platillos voladores y su evolución hacia lo abstracto recuerda a Pollock y a Penk.

Con el paso del tiempo, se crea una conexión entre artistas autodidactas del graffiti, como Jean-Michel Basquiat, y la corriente de jóvenes universitarios que eligen la expresión popular. En 1983, se da un acercamiento entre graffiti, break dance y músicos de hip-hop. La cultura global de la calle es para algunos artistas la esencia de su práctica, otros consideran que se trata de una amalgama poco atinada, pero todos siguen pintando.

Varios músicos de punk se unen al movimiento graffitero y logran colaboraciones artísticas fuera de serie. Los grupos Blondie, The Clash o Malcolm McLaren invitan a Lee, Dondi, Fab Five, Freddy o Futura a participar en sus videos.

Trazos de la calle

En la exposición de la Fundación Cartier, pantallas gigantes muestran en plena acción a los graffiteros, quienes, en entrevista (algunas inéditas), explican sus motivaciones, lo que desean y el sentimiento al ver que su arte es tan efímero.

"Después de largas horas de trabajo, los servicios de limpieza o de seguridad lo borran todo".

En los primeros años, los jóvenes hacían bosquejos del diseño que querían ejecutar, por lo que decenas de esos bocetos, elaborados en lápiz o acuarela, son presentados.

Una vitrina bien ordenada muestra el material usado: marcadores, grasa de calzado en botella o pasta; toda una gama de aerosoles, extinguidores, botes de pintura, brochas, rotadores, puntas de acero. En otra vitrina, el atuendo del graffitero: casco, lámpara frontal, chaleco, pantalón de mezclilla y tenis o zapatos antiderrapantes.

Material necesario, pues la actividad se realizaba en condiciones difíciles y muchas veces peligrosas. Casi siempre de noche, en lugares prohibidos o ultravigilados, como el estacionamiento nocturno de trenes (al que ingresaron después de haber robado la llave al conductor). Los graffiteros más diurnos sacaban la mano por la ventana y pintaban, sin importar que el tren estuviera en marcha. Los más audaces subían al techo y otros, cual Hombre Araña, saltaban de un tren al otro. Un nicho fotográfico muestra un homenaje a quienes perecieron en el intento: jóvenes arrollados por el tren, mutilados o decapitados.

En una confortable sala, el público puede admirar videos en los que colaboraron músicos del punk con artistas graffiteros.

En la misma sala se puede ver al neoyorquino P.H.A.S.E. 2, pionero del movimiento y uno de los creadores del bubble style. Se destaca por las redondas formas de su escritura y la introducción del motivo de las flechas. P.H.A.S.E. 2 anuncia la aparición del wild style, su trabajo en palabras y frases le lleva a deconstruir la letra hasta lograr creaciones caligráficas abstractas.

Y tras el ambiente a media luz de la planta baja, se llega al hall. Ahí se exhiben obras de artistas contemporáneos: el brasileño Basco-Vazco, el neoyorquino afincado en París JonOne, el francés Oliver Kosta-Théfanie con su utilización irónica de objetos como soporte: calcetines, bufandas y accesorios en piel; el sueco Nug, que lo pinta todo: suelo, muros, árboles y lienzos; el holandés Boris Tellegen, mejor conocido como Delta, uno de los pioneros de la tercera dimensión en el graffiti.

Delta tiene un estilo geométrico en las letras, mientras que sus dibujos, con base en diseños, rozan lo abstracto. Su tema favorito es el crecimiento y la descomposición.

La retrospectiva concluye con Gérard Zlotykamien, el parisino que abandonó el taller para pintar en las calles. Sus diseños, bautizados como "efímeras", son siluetas humanas y casi fantasmagóricas. En general, pinta en edificios semidestruidos o en obra, en lugares abandonados o de poco acceso. Como testimonio de la desaparición de personas o cosas, dice.

Para esta exposición, Zlotykamien fue quien pintó la fachada de la Fundación Cartier y el ventanal que da al jardín. La exposición de la Fundación Cartier concluye el 29 de noviembre.

via Reforma

1 comentario:

Anónimo dijo...

excelente entrada, me gusta mucho el graffiti.