Como una diametral némesis de lo que representa el arte callejero para el entorno urbano: creatividad, talento, autonomía expresiva, y comunicación sensible, cada determinado periodo de tiempo la basura electoral envuelve las ciudades alrededor del mundo.
Ahora toca el turno, una vez más, a la Ciudad de México, que frente a estas elecciones de diputados, delegados, y asambleistas, queda inmersa en un especie de burdeliano mantra de gráfica barata.
De esta forma aparece súbitamente un desfile de quimeras y monstruos, siempre sonrientes y siempre peinados, que por medio de torpes slogans y un ridículo manejo de su imagen oficial tratan de seducir a una ciudadanía históricamente maltratada, y por fortuna, cada vez más escéptica frente a los discursos políticos.
Lo interesante es la manera en la que el entorno trata a estas piezas de propaganda electoral. En cuanto son expuestas al ambiente, ese mismo escenario al que aspiran gobernar con cínicas promesas de campaña, parece que sus fotografías entran en una insalvable tendencia de auto confesión y comienzan a degenerarse en seres grotescos: muestra alarmantes de malformaciones y monstruosas texturas que nos invitan a reflexionar en esta reveladora y simbólica metáfora.
Y más allá de este llamativo fenómeno esta el tema de la basura electoral. En tiempos donde el medio ambiente exige a gritos una respuesta inmediata, los partidos que manejan una adolescente democracia mexicana derraman cientos de toneladas de basura electoral la cual, y por si fuera poco, costará alrededor de un millón de dólares retirar de las calles para ser depositada en primitivos basureros y destinada a un nulo reciclamiento.
Fotos: Archivo Callejero -Basura electoral
¡Bravo! ¡ Ahora… Todos a votar!
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