Aunque las autoridades locales y federales buscan darle espacio a los grafiteros, hay algunos que prefieren crear sus obras en la ilegalidad. Sin embargo, esta “expresión artística” continúa generando polémica.
Líneas, letras y formas que por más de una década bañaron bardas, espacios públicos y mobiliario de la Ciudad de México encuentran ahora un espacio.Tuvieron que pasar diez años para que el gobierno reaccionara favorablemente hacia el grafiti como una expresión del arte urbano, que en muchos de los casos terminó por convertirse en un estilo de vida.
Sin embargo, el grafiti en México aún genera debate: para unos, sólo son pintas callejeras, rayones, un acto vandálico que debe ser penado; para otros, es una forma de protesta contra el sistema, contra la represión del gobierno y una nueva propuesta artística.
Lo cierto es que el grafiti es parte de la cultura del hip-hop que en la década de los setenta tomó fuerza en Nueva York, cuando los llamados writers salieron a las calles a pintar paredes como parte de una protesta contra el gobierno de Estados Unidos, que en esa época mantenía un conflicto bélico en Vietnam.
A finales de los ochenta, el grafiti entró a las zonas marginales de México y fue adoptado como una subcultura que se expandió por toda la república, aunque principalmente en Nezahualcóyotl, que hasta la fecha sigue siendo “la ciudad del grafiti”.
Pronto cruzó la frontera del Estado de México y se introdujo al Distrito Federal, donde confluyen diversas tribus urbanas y comenzó la creación de crews (grupos) de grafiteros, que su principal objetivo fue tomar por asalto las paredes y dependencias de los gobiernos federal y local para lanzar las primeras propuestas de grafiti ilegal.
Los primeros crews, como el PEC (Puro Estilo Callejero), CHK (Culture Hispanic Killers), SF (Sin Fronteras), comenzaron a dejar escuela y las bandas de grafiteros se reprodujeron. Conforme los estilos fueron mejorando, se abrieron las dos ramas del grafiti: legal e ilegal. De pintas a la luz del día y clandestinas, con permiso y sin permiso de la autoridad, se inundó el DF.
En los noventa conseguir material para hacer grafiti era una hazaña, la mayoría se importaba de EU y Europa, donde era considerado un arte. Los puntos de venta eran pocos: el tianguis del Chopo y el bazar Zaragoza.
El movimiento siguió en boga, se convirtió en moda y la ciudadanía empezó a quejarse. La autoridad tuvo que endurecer sus medidas contra quienes de entrada fueron llamados delincuentes.
Pasó la moda de pintar todo, hasta la propiedad privada, y el grafiti continuó, quedaron los precursores y ahí siguen en la lucha por reivindicar su estilo de vida.
En la capital del país, el gobierno ya inició la apertura de espacios a los grafiteros para inhibir las pintas clandestinas.
Los writers capitalinos han tomado bardas como la del estadio Azteca y esperan la de la línea A del Metro. Aunque, aseguran, “el grafiti ilegal no se va a extinguir por una sencilla razón: es la escuela”.
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Varios han sido los intentos del gobierno federal para darle un espacio a los grafiteros. Hace tres años, la Secretaría de Seguridad Pública capitalina realizó los primeros concursos, por la misma fecha en que el Instituto Nacional de Bellas Artes trajo al DF la exposición de Jean Michel Basquiat, uno de los grafiteros más reconocidos del mundo e instaló una exposición de grafiti mexicano en la avenida Álvaro Obregón, colonia Roma.
Las 16 delegaciones del DF han hecho su esfuerzo para organizar exposiciones.Sin embargo, la ciudad sigue decorada o destruida… y seguirá, aunque los diputados busquen endurecer las sanciones.
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Sábado, mediodía. Tianguis del Chopo. La escena del grafiti ha cambiado. A finales de los noventa, entre la multitud de puestos se encontraba un grupo de grafiteros con apenas 200 válvulas para pintar, había poca variedad de material. Actualmente el grafiti ya apunta a ser una industria.
En los más de tres locales que atienden grafiteros de renombre se vende todo tipo de material: válvulas españolas, alemanas, francesas, gringas, plumones de agua y aceite; crayolas industriales, piedras de esmeril para ensuciar vidrios y aerosoles para pintar legal e ilegal con una gama de colores especiales para hacer todo tipo de grafiti: tag, bombas, piezas y deltas.
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En el tianguis cultural del Chopo confluyen, desde hace más de una década, todo tipo de grafiteros, desde taguers en ciernes hasta “escritores” de prestigio.
En el camino me encuentro a Reak, quien tiene una obra legal esparcida por el oriente de la ciudad.
Le preguntó cómo ha cambiado el grafiti en los últimos diez años. “Ya no pinto, ya maduré”, bromea.
Más adelante sale Aser 7, camisa blanca con la leyenda “Distrito Federal”, jeans desajustados, cabello relamido y las manos con ligeras manchas de aerosol.
Es uno de los pocos CHK que quedan en el DF y no puede negar que sigue pintando, aunque su trabajo ya es legal; no obstante, presume su obra de más de 500 trenes grafiteados ilegalmente en toda la República.
Explica por qué la firma de Aser 7: “lo compone la palabra ‘as’ que es utilizada para identificar una persona hábil, lo complemente con ‘er’ haciendo referencia al primero y el número siete lo relacionó con las cosas perfectas o divinas”.
—¿Grafiti legal o ilegal?
—“Me interesa el grafiti legal por la facilidad que da, en cuestión que es posible cuidar los detalles y el tamaño de las obras. Yo respeto de manera especial el ilegal porque es la esencia del grafiti, su naturaleza insumisa, pero creo que lo importante es pintar, sólo pintar…”
Bisek, es un taguer joven, lo suyo aún es lo ilegal. Cada semana invierte su mesada en comprar latas para “decorar la ciudad”.
“El grafiti ilegal nunca terminará”, dice.
“La policía no nos va detener, cuando nos detiene con un 20 se va y hasta nos echa aguas pa’ pintar”.
Ashes, otro grafitero que está entre la línea de lo ilegal o legal opina igual: “si te detienen le pagas al policía o al juez, también te libera y si te toca irte a los separos, antes de las 36 horas te dejan libre”.
Ahí está su trabajo, su obra, en las calles, legal e ilegal, bajo la supervisión y el aval del jefe de la policía o bajo los mismo riesgos que conlleva hacerlo de noche, en la clandestinidad.
Luis Velázquez
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